viernes, 26 de diciembre de 2014

Orgullo, Soberbia y Dignidad...

Algunos conocen sus significados, otros saben solo pronunciarlas. Un puñado sabe aplicarlas. A quien las pronuncia y las aplica en el contexto adecuado, le queda el meollo de deducir en qué nivel mental está el ente, que en su conducta lo exhibe.

Situación hipotética:

       En un grupo social, alguien cercano, por sus acciones crea un ambiente hostil (tú, no formas parte de sus decisiones iniciales y andas en total desconocimiento de las actuaciones previas), por lo que sientes que la nube de discordia que se levanta unidireccionalmente; ni te afecta, ni te aplica. Así, que fluyes entre todas las partes sin mayores problemas.

       Cuando se es consciente de nuestras “metidas de pata”, considero que lo más saludable es, trabajar con el arrepentimiento y la ira que ello genera. Pero esa ira no la podemos transferir a terceros, en un intento de minimizar la vergüenza que por nosotros mismos tal vez, sentimos. Ni me parece que inventar historias sobre la historia de los sucesos originales sea lo más adecuado, en el afán de quedar como víctimas. En mi opinión seria atentar contra nuestra propia dignidad.

Todos hemos tomado decisiones en nuestras vidas poco o nada asertivas y todos tenemos una que otra historia que nos han hecho cargar con el arrepentimiento. Por tanto, utilizar el orgullo o la soberbia solo conducirá a cerrarnos las puertas hacia el entendimiento y de paso, al crecimiento personal.
“Hay batallas de solo dos gladiadores y hay batallas de ejércitos contra ejércitos. Seria obstinado pretender levantar todo un ejército contra un solo gladiador o pretender que un tercero pelee  una batalla que no le corresponde…” (Levy/)

       Quien ofende de palabras a alguien” significativo en su vida”, en desproporción con la situación creada, justamente  por quien ofende, y a sabiendas de que a quien ofende,  le ha dicho verdades a medias… considero que es una persona que ha permitido que la soberbia habite en su vida.

       Quienes no reconocen que se han equivocado ofenden, y no piden perdón, lastiman corazones, destrozan a algunas personas con sus actos o palabras y siguen  por la vida sin pedir perdón. Por eso, de pronto no logran  lo que desean o a pesar de tener todo lo material que desean, no gozan de una vida plena, no experimentan paz interior.

Hay que ser humildes y pedir perdón; pero ante todo, perdonarnos a nosotros mismos, porque es así, como reconocemos y aceptamos nuestras culpas. Casi siempre es más valioso el perdón a nosotros que el ajeno. Puesto que eso equivale a disfrutar de días de armonía y tranquilidad espiritual.

       Excusarse, sentir la necesidad de dar explicaciones ; al igual que enmarañar y planificar estrategias para convencer a los demás con justificaciones, demuestra la incapacidad de introspección y de recibir las críticas, a fin de determinar si son constructivas.

       El miedo al rechazo, la necesidad de sentirse valioso, para poder calmar los vacíos existenciales que muchas veces llevamos dentro, nos lleva a ser controladores, no aceptando la individualidad de quienes nos rodean. Algunas personas son sutiles a la hora de pretender manipular nuestras decisiones, criterios y gustos,  disfrazándolo de “amistad incondicional”.

En realidad lo que persiguen es que seas a su imagen y semejanza. Nos damos cuenta de ello, cuando en determinadas situaciones dicen: si te hubiera pasado a ti, yo hubiera pensado así…, lo hubiera hecho así…, o le hubiera dicho tal cosa…; todo por defenderte a ti. Si dicen negro, apuestan todo a que los secundarás, aunque sea rojo brillante, porque su seguridad está puesta en todo lo que han hecho por ti. Y bajo ese concepto, utilizando la sinceridad, sin prudencia avasallan.

Pretenden decidir por ti y si lo permites, impondrán en tu vida sus intereses, su familia y sus ideas. Consiguiendo sigilosamente que tu personalidad, intereses  y familia queden relegados a un tercer plano.

       En lo personal, la palabra dignidad significa mi esencia, eso que soy y que bajo ningún concepto se lo cedo a NADIE. Como ya habría dicho: No le permito ni a mis hijos pisar mi dignidad. Sé lo que soy y lo que valgo, no necesito de títulos, ni posesiones materiales para calcular mi valía. Doy y exijo respeto, porque existo, porque con mis acciones he trabajado para ello. Porque me respeto…

Para otras personas, la palabra Dignidad, suele ser utilizada para esconder el orgullo absurdo e inútil o el orgullo desmedido, esa debilidad o inseguridad  que raya en la soberbia; pretendiendo disimular el analfabetismo de estrategias saludables para enfrentarse  ante situaciones embarazosas, que dicho sea de paso fueron  generadas por sus actos y ante el caos, creen tener la razón innegablemente absoluta. Prefieren morir de una hemorragia anal antes que aceptar sus culpas y pretenden salir de las situaciones con una acostumbrada actitud de orgullo y moralidad ilógica. Pero nadie lo advierte y hasta ellas mismas se lo creen, por lo que no conocen el respeto hacia las demás personas cuando dicen estar “enojadas”.

       Tenemos que ser cautelosos en nuestras acciones y pensar en la inmensidad de sentimientos que pueden generar tres palabras: Orgullo, Soberbia y Dignidad, que como diría una buena amiga de la infancia…  La línea es finita entre cada una de ellas.
Dentro de cinco días estaremos despidiendo el año, tenemos tiempo suficiente para meditar, editar y reestablecer el disco duro, donde guardamos el archivo de conductas.

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