Muchas
veces la sociedad, con sus prejuicios, fiscalizaciones y parámetros, nos empuja
a la depresión. A la agonía, a el vacío emocional. Cuando nuestro yo intrínseco se encapricha en
complacer a un grupo de hipócritas en la fe cristiana, a jueces sin moral en
los preceptos conductuales de una sociedad de doble moral, de valores
tornasoles y en muchos casos de memoria selectiva de corto plazo. Desde ese
micro milésimo segundo; nuestra alma comienza a morir a falta de libertad, de coraje y seguridad.
Así,
me sucedió a mí. Pero busqué
ayuda profesional de un Ser de Luz, neutral. De un Ser de Luz, que solo pretendía conocer mi
sufrimiento y auxiliarme en el proceso de encontrarme, sin juzgar. Un Ser de
Luz que me proveyó las maquinarias necesarias, para podar mi laberinto mental.
Luego
llegó la Paz de mi espíritu.
A través de la meditación aprendí a tranquilizar mis pensamientos, a organizar
mis ideas… aprendí a escucharme.
Comencé mi búsqueda autodidacta
de acuerdo a mis filosofías de vida. Obteniendo como ganancia Paz. Esa que mi organismo anhelaba. La convicción de la
presencia de un Ser Divino, que siempre estuvo a mi lado. Espero a que
culminara mi enseñanza de vida. A que me olvidara de los porqués y empezara a
confiar en sus planes. Aprendí a ser paciente, comprendí con lágrimas de sangre
que Dios obra a su tiempo, cuando conviene y no cuando uno quiere.
Cuando
siento desesperar, como simple y humilde mortal que soy, Paz en la Tormenta, de Jesús Adrian Romero, es la canción que me vuelve a mi centro espiritual.
Levy/
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