Se vale descargar los sentimientos que se ocultan; pero nunca abandonan el ser.
Una
vez pensé en la vida de Frida Kahlo y más de una vez he pensado en la mía. Mi vida al lado de su desierto ha sido un
oasis, mas sería una soberbia, si la comparo.
Pero
una vez, pensé en el calvario de su muerte, que nunca vio justicia y anhelos
realizados y más de una vez, he mirado al horizonte y me he preguntado:
¿Me alcanzará esta vida para
lograr todo lo soñado y ver retribuida injusticias recibidas? ¿En medio de mi ocaso, habrá
tiempo para despedidas y perdón para mis pecados? ¿Cómo consolaba Frida la aflicción
del alma? Esa que te grita adentro llanto; esa que te la vuelve sensible y se
comprime con un timbre de voz bajo? ¿Cómo vestía al duelo de sol y transformaba
los vacíos fríos y desolados?
No llueven respuestas y no quiero precipitar ingratitud.
El destino siempre me fue sincero, cuando al nacer me dijo que pasó, que pasa,
y que continuará pasando. Que en algunos me estremecerá y en otros no tanto. No
obstante, nunca me confesó como ha de
ser mi propio llanto.
Nos mueve la promesa y soportamos la injuria, con alimento de fe en Proverbios 10:28 que nos decía:
“La esperanza
de los justos es alegría. Pero la expectación de los impíos perecerá”.
Inquietamos al alma golpeada con la traición, anhelando
justicia, Salmos 119:20:
“Quebrantada esta
mi alma de desear tus juicios en todo tiempo”.
¿Acaso habremos coincidido en
algún momento, despidiendo la noche, pensando en el calor radiante del próximo día
y esa certeza de volverlo a ver?
Padecemos la enfermedad con la ilusión de un arrogante
despertar y por ello
nuestros días, solemos derrochar.
Hoy
me acuesto toda llanto…
En
mi espiritualidad recorreré todos los recuerdos que tú, tal vez, también has
recorrido y mañana volveré a ser alborada, para los que siguen con el ritmo del
mundo.
Mañana
descargaré esperanzas y sonrisas…
Levy/
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