jueves, 24 de julio de 2014

E, tu nombre. V, tu apellido

       Se dice que después de cierta edad se comienza a recordar esas batallas del pasado, pérdidas y ganadas, las aventuras y osadías. Algunos dicen que es un proceso que viven los que se están haciendo viejos. 

      Yo difiero, considero que cuando entramos en remembranzas muy lejos de tener que ver con el ocaso, tiene que ver con la madurez emocional. Es cuando comienzas a entender  cada uno  de los lenguajes de  tus emociones pasadas. Yo, a mis cuarenta y cuatro años, hoy recuerdo a una amiga, su muerte y ahora es que entiendo que fue, mi primera pérdida significativa.

       Trabajaba en un restaurant de comidas rápidas, mi primer trabajo a los dieciocho años, donde duré cinco años y aparte del espasmo que heredé en la parte superior de mi espalda a la altura de mis hombros; me dejó mis mejores recuerdos de juventud. Las personas que conocí en ese periodo fueron amigos, familia, confidentes y maestros. Ciertamente me prepararon de manera completa para lo que fue en lo adelante mi futuro.

       Hoy recordé a E V; amiga, confidente y maestra. Casi siempre trabajamos juntas un equipo una sola pieza en el área del servi carro. Jajajajajaja, manejábamos técnicamente a esos clientes imprudentes. Éramos  sincronizadas, traviesas y divertidas (dos locas en su expresión más pura). E, Me encantaba trabajar contigo los cierres de tienda. 

¡Todo un vacilón!

       Hoy recordé que te privaste de la vida con un disparo en tu ombligo, segada por el dolor que te provocó la pérdida y el abandono de tu esposo, quien a esa edad era tu todo. Yo estaba trabajando, cuando llegó la fatídica noticia. A mí me faltó valor para ir corriendo hasta tu casa y convencerme de lo que no quería aceptar. Me fui a casa, me di  un baño, le hablé a una de mis amigas para que me acompañara pues, sola... no quería llegar.
Sucede, que para esa etapa de mi vida, ni soñaba con tener el carácter del demonio que tengo ahora. La fuerza de coraje, seguridad y determinación. Esa era una de tus peleas... siempre me decías: “no seas pendeja”, “en la cama tienes que ser una puta”, y tus consejos, en un momento de mi vida que aún no experimentaba en una cama algo más allá que dormir. Ufff. Fuerte lo sé, pero así era ella intensa... no ser grafica al describirla, sería como faltarle a la verdad y editar la historia, y no quiero, no me da la gana. 

Así querías que fuera.
Así...

        Sufrió maltrato maternal, una violación sexual en su adolescencia, por un infeliz que jamás vio, que le colocó un cuchillo en su cuello y en la calle, en un rincón obscuro y desolado la ultrajó. Dejándola ahí tirada, rota en mil pedazos. Una madre que al llegar a su casa no le creyó, no la protegió, ni busco para ella justicia. Sufriste privaciones y marginaciones, pero todas esas batallas te convirtieron en una GUERRERA.

       Cuando te enamoraste, lograste sanar muchas de tus heridas, hasta perdonar a tu mamá. Cierto cuando se está enamorada, solo queremos que todos los que nos rodean sean felices... esa es la magia del amor, cuando se tiene amor en el alma y en el corazón, tu entorno se vuelve un paraíso. 

¡Solo quieres ser feliz!

       Pensaste, que eras la mujer perfecta, complemento y centro del padre de tus hijos. Con tu receta perfecta de súper mujer, nunca advertiste que para quien fue tu todo...
Todo, no fue suficiente.

       Tomaste su arma de reglamento, la colocaste sobre tu ombligo y amenazaste con dispararte.
Él dijo: si te vas a matar, hazlo ya y tú lo hiciste...
Se acabó todo, dolor, engaños, y una verdadera amiga. En mí, se fue el pudor y afloró la cobardía de gritar a los cuatro vientos, pero cerca del oído de aquel maldito todo lo quería decirle. Lo tuve cerca, hasta me dio su versión y eso de que estabas mal de los nervios y no me atreví... solo lo escuché, lo miré y me fui.

       Fuiste mi primera pérdida significativa y no la supe manejar. No me enfrenté a mi miedo y tristeza.
El día de tu muerte llegué a tu casa, la cual estaba repleta de gente, pero no entré...
El día de tu entierro, no te seguí hasta el cementerio, me quedé en tu casa, solo hablando de ti. Quería escuchar una y otra vez qué pasó y cómo paso. Así que le preguntaba a personas distintas, como si aún no supiera nada. Para volver a escucharlo.

Sí, estaba en negación, ahora lo sé.

       A veinticinco años de tu partida, aún recuerdo tu forma única de colocarte el delineador  de ojos, tu sonrisa y energía con la que entrabas a la tienda y le decías al gerente de turno yo me voy para el servi carro con Isa. 
A veinticinco años de tu ausencia en mi vida, te recuerdo y me dibujas una sonrisa.

Perdona mi cobardía y continua descansando en Paz, amiga...
Levy/


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