Ser Policía, es una profesión
sacrificada, poco valorada ante el ojo de una sociedad de doble moral; que se
refugia en cualquier falta de unos pocos, para menospreciar la entrega de
muchos. Es un trabajo que muchos critican y solo algunos tienen el coraje de
ejercer.
La Profesión de Enfermeria, aunque menos
sacrificada que la de aquellos que
juraron velar por la vida y la propiedad, requiere de mayor responsabilidad. Ambas, padecen de ingratitud, difamación y
agravios.
Yo, tengo el placer de decir que he
pertenecido a dos profesiones que económicamente no generan tanto dinero como
lo sería ser político, ingeniero o abogado criminalista; pero espiritualmente
gratifica y alimenta el alma de quienes las desempeñan.
Dos profesiones que nos ponen de cara
con la angustia, el dolor y esos
sentimientos de impotencias expresados por terceros, que provocan la amnesia de
nuestro propio ser... de nuestras propias emociones de la vida íntima. Poniendo
como meta emergente la necesidad de proteger, aliviar y servir; a quienes ponen
en nuestras manos su vulnerabilidad y buscan nuestra protección.
¡Con orgullo digo que fui Policía y ahora soy...
Enfermera!
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