domingo, 13 de abril de 2014

EL EMBOLADO DE LA VIDA.




Cada uno de nosotros de acuerdo a nuestros filtros personales le damos significado a nuestra vida, a partir de las experiencias vividas, consciente o inconscientemente. De ahí nace nuestra responsabilidad individual a ser feliz. Esta responsabilidad es intransferible. Es decir, nadie, absolutamente nadie es responsable del meollo que decidamos hacer de nuestras vidas. Los sucesos ocurrirán indiscutiblemente… la manera  en que redundará en nuestro existir lo decidiremos nosotros.

La vida la puedo comparar con la naturaleza. Con sus valles, llanos; cascadas o ríos. Montañas, bosques y pantanos. También puedo ubicarla en un medio de transporte, puesto que somos viajeros de la vida. Un espíritu encarnado que está en este paraíso terrenal para aprender lo que nos toca aprender.

Así pues, bien podemos estar a bordo de un tren, de un avión o un barco. La palabra diversidad comprende un contenido infinito y hasta inimaginable. Por tal razón; cuando hablo de tranvías debemos tener en mente que estos no son de un tamaño estandarizado y modelo universal. Cuando hablo de aviones, pensemos  que dentro de su categoría caen las avionetas y los jets. Y al pensar en barcos, considerar que también  existen los trasatlánticos, botes, barcazas, en fin como les dije antes: contenido infinito e inimaginable.

Nuestro viaje por la vida puede ser fugaz, rápido, lento, pausado; al igual que cómodo y placentero, incomodo pero esperanzador.  Tortuoso, desgarrador y sin esperanzas. Con sus altas y bajas, con sus curvas y rectas. Con marejadas, corrientes submarinas y olas en calma. Nos sorprenderán, las  alegrías, los llantos, gritos de dolor y miradas de paz y armonía.

La diversidad de la vida misma nos obliga a intercalar los escenarios. Sin lógica, sin razón de ser, pues esa es una característica única de la vida… lo ilógico, la irracionalidad. Partiendo de este punto de vista, no te cuestiones cuando te encuentres en alta mar a bordo de un trasatlántico y de repente entres en  medio de un torbellino de mar, que te absorbe y te arroja a una llanura desierta. Sin vegetación ni compañía, o con vegetación y absoluta ausencia de presencia humana, que te brinde un soplo de esperanza. No te cuestiones por el resto de la tripulación, no te enfoques en buscarle la lógica.  No te repitas incansablemente que no es justo, cuando la vida te coloque en una estación de un tren, el cual acaba de detenerse frente a ti. Tú, agarras el valor de subir a él y emprendes el viaje a lo desconocido. Te esfuerzas, luchas y conquistas. En medio de la algarabía, te fundes en un abrazo con tu compañero de viaje, cierras tus ojos y al abrirlos, estas próxima  a llegar a la cima de una montaña. La sorpresa, el asombro; provoca una serie de sucesos fugaces e inesperados, que te hacen descender al punto de origen de aquella ESCALADA. Quedas mal trecha, sin fuerzas físicas y espirituales… sin esperanzas.

No te cuestiones, no hay una explicación lógica, no la tiene. Solo tiene un nombre, se llama… ¡vida!

Levy/

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