Aquí sorprendida de saber, cuantas personas quieren ser
autores de mi biografía.
Pero historia que no narra mi boca y si escrita, no
valida mí firma; sepa audiencia que no es mi historia. Esa es la historia del
autor que la narre.
Cuando la narren mis labios y si escrita, la suscriba… será
mi Autobiografía.
Creo que
desde mi adolescencia o quizas un poco antes, siempre tuve un sueño recurrente
o más bien una pesadilla. No es que todas las noches se asomara a mi
consciente; pero por lo menos todos los meses, aunque fuera una vez decía:
¡Presente!
Soñaba que
me disparaban con un arma de fuego en la frente. Lo horrible del hecho es lo
que sentía, la agonía de saber que estaba muriendo y no quería, no aún. Sentía
como el proyectil impactaba mi cráneo, sentía el dolor del impacto y como iba
cayendo al suelo, antes de caer totalmente en el pavimento despertaba, en total descontrol. Con un dolor no físico, sino más bien espiritual
(dolor del alma). Me costaba mucho volver a conciliar el sueño; pues era
inevitable recordar, me aferraba a no pensar, y ya saben los desenlaces de los
aferramientos… más pensaba en ello, ufff! Al día siguiente estaba cansada,
triste y pidiéndole a Dios que no fuera una premonición, que me muriera hoy… le
suplicaba que cambiara mi destino. Todo ese miedo de un futuro incierto lo
ocultaba detrás de una sonrisa. Hacía mucho tiempo que aprendí a reír; aun
cuando estaba muerta de miedo.
¡La sonrisa
me hacía olvidar, mis amigos me hacían olvidar!
El tiempo
pasó, la pesadilla seguía, con menos frecuencia, a medida me acercaba a mi
etapa adulta. En mis tiempos de universidad, no recuerdo haber tenido esas
pesadillas; tal vez porque la aventura universitaria me absorbió. Ese fue un
periodo muy bonito en mi vida. Lo cierto es, que por el torbellino del destino
fue atrapada. Me distraje como aun suelo hacerlo en el camino y mis cursos de
Bachillerato en Biología suspendí.
¡Me hice
Policía!
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